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�El fruto est� ciego. Es el �rbol quien ve�
Ren� Char

Los rostros del poder son desagradables, pero en los �ltimos tiempos se est�n afeando cada d�a m�s. La podredumbre se agranda. Hay cambios pol�ticos amenazantes en muchas zonas del mundo.

El crecimiento global de la nueva extrema derecha debe ser explicado. Se alimenta del miedo, del odio al diferente y de una pulsi�n extrema hacia el dominio Me gustar�a pensar en estas l�neas sobre las condiciones que lo hacen posible, desarrollando brevemente algunas intuiciones y reflexiones, esbozando unas explicaciones provisionales.


El vendaval derechista


El capit�n retirado Jairo Bolsonaro acaba de asumir la presidencia de Brasil y todos sabemos que es un hom�fobo y un machista, un partidario de la tortura y de la dictadura militar de su pa�s y alguien contrario a los derechos laborales. Pero ya en noviembre de 2016, el millonario Donald Trump gan� las elecciones presidenciales norteamericanas y todos sabemos que es un racista, cercano al supremacismo blanco, un machista y un enemigo de las pol�ticas sociales y medioambientales. Rodrigo Duterte venci� en las elecciones filipinas en mayo de 2016 y todos sabemos que es un hom�fobo y un machista, un partidario de las ejecuciones extrajudiciales y de pol�ticas fiscales regresivas. Tres personajes siniestros que representan el giro derechista internacional.

En la Uni�n Europea la mancha de la nueva derecha tambi�n se ha extendido de una forma vertiginosa. Sin car�cter sistem�tico, recordamos. Se ha roto cualquier cord�n sanitario para que gobiernen. La Hungr�a de Viktor Orban y la Polonia de Mateusz Morawiecki son ejemplos de gobiernos de extrema derecha en pa�ses que forman parte de la Uni�n Europea. Y sus consecuencias son conocidas. Por ejemplo, Orban ha acometido una ley laboral conocida como ley esclavista por sus efectos sobre los derechos laborales e intenta liquidar la independencia judicial. Pero son m�s pa�ses europeos aquellos en los que la extrema derecha forma parte de gobiernos de coalici�n. Uno de los ejemplos m�s ilustrativos es el gobierno Salvini-Di Maio en Italia. Pero tambi�n est�n Bulgaria, Austria y Eslovaquia, con f�rmulas variables. Hace dos a�os Marine Le Pen disput� la presidencia a Emmanuel Macron. En casi toda Europa, partidos de esa naturaleza crecen en fuerza electoral. Incluso en Espa�a ha emergido en las elecciones auton�micas de Andaluc�a de diciembre de 2018 una extrema derecha de signo posfranquista denominada Vox.

No hay que olvidar la presencia del gobierno nacional-olig�rquico de Vladimir Putin, consolidado en Rusia, con medidas represivas pero tambi�n con un amplio apoyo social. Putin es una fuente de inspiraci�n de la nueva derecha (y, en algunos casos, posiblemente, una fuente de financiaci�n). La nueva derecha europea opera como un aliado estrat�gico del r�gimen ruso en su pretensi�n de favorecer la descomposici�n de la Uni�n Europea.

M�s all� de las circunstancias nacionales espec�ficas, hay rasgos comunes y tendencias que deben ser analizadas. La propia nueva derecha se ve a s� misma como una corriente internacional. Steve Bannon, el que fuera asesor de Trump, fomenta esas conexiones a trav�s de The Movement.

�Por qu� ganaron Trump, Bolsonaro a Dutarte? �Qu� es y por qu� crece tan r�pidamente esta extrema derecha? �Por qu� se han normalizado con tanta rapidez la presencia de l�deres y partidos con rasgos autoritarios y fascistizantes?

Claro est�, hay que hacer el an�lisis concreto de la realidad concreta de cada lugar. Hay muchas especificidades, muchas diferencias, muchas singularidades. Pero cuando se ve una tendencia tan clara, tambi�n hay que disponer de un an�lisis en una perspectiva m�s amplia. Un ascenso de la extrema derecha en tantos lugares y en un plazo tan corto de tiempo requiere difuminar temporalmente sus matices diferentes para percibir con m�s claridad sus rasgos comunes.

Estamos en una �poca de transici�n que intentamos comprender con el vocabulario de otra �poca. Y todav�a no sabemos c�mo llamar a esta nueva realidad que nos invade. �Fascismo, nueva derecha, extrema derecha, derecha fascistizante, populismo? A lo nuevo siempre le buscamos nombre viejos.


Caldos de cultivo


La nueva derecha ha conseguido de una forma acelerada forjar una amalgama entre sectores sociales que se sienten amenazados y la parte de las �lites m�s partidaria de un nuevo disciplinamiento social. El resultado es un proyecto de autoridad y orden.

La abstenci�n electoral y el desinter�s por la pol�tica de amplios sectores populares, y la crisis internacional de la izquierda, son factores que han propiciado los vertiginosos �xitos de esas nuevas derechas.

Su caldo de cultivo es un malestar social difuso que tiene que ver con el desarrollo expansivo de las pol�ticas neoliberales. En particular, las consecuencias de la crisis econ�mica de 2008 y los efectos sobre la sociedad de las medidas de austeridad desarrolladas por gobiernos de distintos signo. El malestar de los perdedores y de quienes se sienten amenazados por los efectos del orden neoliberal provoca, en ausencia de proyectos econ�micos y sociales alternativos, la fascinaci�n por visiones simplificadoras y unilaterales del mundo, fuertemente apoyadas en la xenofobia y el nacionalismo.

Al mismo tiempo, se ha producido un giro en el pensamiento estrat�gico de un sector de las �lites, preocupado por la creciente deslegitimaci�n de las instituciones pol�ticas. En su visi�n, el dominio de las oligarqu�as econ�micas est� amenazado por la disgregaci�n del entramado social que provocan sus mismas pol�ticas y, ante ello, consideran necesario un poder m�s autoritario.

Ese giro perceptible en las �lites solo ha podido desarrollarse porque ha encontrado eco en sectores afectados por la degradaci�n social generada por el neoliberalismo, sobre todo por el miedo de ciertas capas medias a la p�rdida de las condiciones de vida que cre�an asegurados para ellos y sus hijos. Ese miedo es el fertilizante id�neo para la creencia en un enemigo interior (que al mismo tiempo es exterior), llamado inmigrante, llamado terrorista o llamado feminista. Esa construcci�n de nuevos enemigos, que de alguna forma sustituyen al comunista de otras �pocas, es el producto de una intensa renovaci�n de la retorica pol�tica de la derecha. Por ejemplo, la islamofobia ocupa el espacio del viejo antisemitismo. El anti-feminismo y la homofobia ocupan m�s espacio ret�rico que la defensa tradicionalista de la familia.

Las nuevas derechas enfatizan una reorientaci�n del consenso neoliberal hacia pol�ticas m�s autoritarias respecto a la sociedad y, al mismo tiempo, m�s desreguladoras, m�s radicalmente desprotectoras de los sectores m�s d�biles.

En algunos medios de la izquierda antiglobalizadora se hace una interpretaci�n muy diferente a la esbozada en los p�rrafos anteriores. Se interpreta el populismo de derechas como una reacci�n contra la globalizaci�n que aspira, deformadamente, a defender el Estado nacional y la clase obrera nacional frente a los peligros de desintegraci�n que supone el capitalismo global. En mi opini�n, esa interpretaci�n choca con la realidad y es producto de un desenfoque que ha puesto el acento en un aspecto del neoliberalismo, su inscripci�n en el ciclo globalizador del capitalismo, olvidando sus caracter�sticas esenciales de desregulador y precarizador sistem�tico y sist�mico.

Las pol�ticas de las nuevas derechas, desde Trump a Bolsonaro, desde Putin a Salvini, son neoliberales aunque se presenten como preocupadas o contrarias a la globalizaci�n. Sus se�as de identidad son tanto o m�s neoliberales (normalmente m�s radicales) que las de la derecha tradicional y se orientan al desmantelamiento de las pol�ticas sociales, las privatizaciones, la eliminaci�n de la progresividad fiscal, la desregulaci�n laboral y medioambiental, la desprotecci�n de los consumidores, etc.

Es cierto que hay una ret�rica muy diferente a la de la derecha liberal o conservadora. Tambi�n es cierto que algunos representantes de esta nueva derecha populista plantean ciertas pol�ticas proteccionistas. Pensemos en Trump. Pero identificar el proteccionismo con una defensa de los intereses populares ya era una idea desfasada en los tiempos de Marx, que lo indic� muy certeramente. Entre ciertas izquierdas la pasi�n por el estado nacional y la ilusi�n de un proteccionismo popular son un vicio intelectual que parece resistir los envites de la realidad y les lleva a identificar como progresistas aquellas pol�ticas que les parecen contrarias a la globalizaci�n o tendentes a recuperar el poder de los estados.

La nueva derecha est� plenamente inserta en el pensamiento neoliberal y no se opone a la mundializaci�n capitalista sino a los instrumentos pol�ticos con los que se intentar�a controlar y limitar sus peores excesos. La posici�n de la extrema derecha europea es debilitar las instituciones europeas, del mismo modo que Trump es un enemigo de los principales instrumentos de gobernanza supranacional.

No es tan sorprendente que alguna izquierda llegue a ver componentes de progresismo en el discurso nacionalista de la extrema derecha. Tambi�n hemos visto a algunos ser proclives a justificar la pol�tica interior y exterior de Putin, a considerar al dictador y criminal Bassar al-�ssad un resistente contra el imperialismo o justificar las tropel�as de Nicol�s Maduro y Daniel Ortega. En fin, cuando se intenta entender el mundo con retales ideol�gicos de almoneda, carentes de asidero en la realidad, no es extra�o acabar careciendo de los m�nimos criterios �ticos y pol�ticos. En Europa, algunos pudieron identificar el voto contra la Constituci�n Europea de Francia y Holanda o, m�s recientemente, el brexit como golpes al proyecto neoliberal. No comprendieron que esos episodios refuerzan el proyecto neoliberal, que busca debilitar cualquier forma eventual de control pol�tico sobre los negocios.

Las consecuencias de confundir neoliberalismo y mundializaci�n son pol�ticamente devastadoras y llevan a una creencia en la posibilidad de un retorno al viejo estatus de los estados nacionales con pol�ticas econ�micas y sociales independientes en cada pa�s Es una utop�a no solo inviable sino reaccionaria, que puede enlazar f�cilmente con las ret�ricas de la nueva derecha.

No es lo mismo luchar por globalizar la rebeli�n que rebelarse para desglobalizar (Luis Miguel S�enz, Trasversales 45, 2018). En un mundo donde los desaf�os ecol�gicos, econ�micos sociales y pol�ticos son globales no hay que confundirse en el objetivo, por dif�cil y complejo que aparezca en las condiciones presentes.

La llegada de las nuevas derechas no va a cambiar nada sustantivo en las pol�ticas neoliberales, salvo su eventual radicalizaci�n, ya demostrada en los gobiernos en los que est�n presentes. Incorporar� xenofobia, neomachismo, homofobia y autoritarismo. Incluso, excepcionalmente, algunas medidas sociales paliativas aisladas pero siempre tendentes a enfrentar a unos sectores populares con otros. Nada de ello podr� eliminar el malestar social que las ha alimentado y que con sus pol�ticas sustancialmente desreguladoras y precarizadoras solo puede crecer.


La pol�tica en el mundo neoliberal


Me preocupa que a fuerza de hablar de extrema derecha, olvidemos el mundo y el contexto en el que estamos, y del cual surge esta nueva podredumbre. No debemos confundir los s�ntomas de un mal (las nuevas derechas) con la enfermedad que deteriora nuestras sociedades. Es muy importante entenderla como un producto pol�tico de la �poca neoliberal, cuyas propuestas son plenamente neoliberales aunque tienden a disfrazarlo con ret�ricas nacionalistas.

En los a�os que llevamos del siglo XXI, el horizonte de una desaparici�n del conflicto pol�tico ha sido sometido a diversos avatares. Por un momento se populariz� la idea de que el orden neoliberal pod�a asegurar una estabilidad sist�mica en un mundo donde, desaparecido el bloque sovi�tico y desarrollado el capitalismo global, todas las piezas encajar�an en una gran era de consumo universal ilimitado. Que la crisis ecol�gica estaba a las puertas, era sabido, pero eso, como dicen en los cuentos, era otra historia que no empa�aba el triunfo universal del capitalismo.

La crisis de 2008 fue una sacudida brutal a las ilusiones en un nuevo mundo arm�nico donde la mercantilizaci�n generalizada producir�a riqueza, satisfacci�n y conformidad pol�tica. Una nueva etapa de contestaci�n social se desarroll� en muchas zonas del planeta. Movimientos como el 15M espa�ol, Ocuppy Wall Street, las primaveras �rabes, el movimiento global de las mujeres, han mostrado la emergencia de nuevos movimientos sociales cada vez m�s alejados del canon marxista. El modelo pol�tico de las democracias electorales entr� en una crisis profunda. Fue muy afectado por las pol�ticas de la crisis y, tambi�n, por el crecimiento de un sordo y creciente descontento en el conjunto de la sociedad. Pero el consenso neoliberal no dio marcha atr�s.

El neoliberalismo debemos entenderlo, siguiendo a Christian Laval y Pierre Dardot, como una creaci�n antropol�gica que determina modos de pensamiento y comportamientos fundamentados en la traslaci�n a lo social de criterios de competencia y de mando propios de la empresa privada. �El neoliberalismo no es solo destructor de reglas, de instituciones, de derechos, es tambi�n productor de cierto tipo de relaciones sociales, de cierta manera de vivir, de ciertas subjetividades. Dicho de otro modo, con el neoliberalismo lo que est� en juego, es nada m�s y nada menos, la forma de nuestra existencia, o sea, el modo en que nos vemos llevados a comportarnos, a relacionarnos con los dem�s y con nosotros mismos� (La nueva raz�n del mundo, 2013, p�gs.13-14). La creaci�n neoliberal se construye sobre la descomposici�n de algunos valores occidentales, pero eso no le impide ser una novedad hist�rica, probablemente la creaci�n que materializa los sue�os de las �lites que dominan el mundo y, en cierto sentido, parad�jicamente, la conversi�n de la propia carencia de sentido en una significaci�n.

Las contradicciones entre ese mundo neoliberal y unos reg�menes de democracia electoral producto de los m�ltiples equilibrios y desequilibrios heredados del siglo XX est�n en la base de la oleada reaccionaria que ha seguido a los movimientos sociales que afloraron despu�s de 2008.

El deterioro de la ciudadan�a social ha facilitado a las �lites econ�micas reforzar su influencia sobre los gobiernos. Esa posici�n reforzada ha sido utilizada, adem�s, para obstruir el desarrollo de las instituciones supranacionales imprescindibles para someter a control el nuevo impulso tecno-econ�mico. El capitalismo desregulado y desregulador ha podido desplegar algunas de sus peores caracter�sticas empezando por su m�s directa consecuencia, un crecimiento atroz de la desigualdad social.

La desigualdad mundial es la enfermedad del siglo XXI. Se expresa en la concentraci�n brutal de la riqueza, simbolizada en el hecho de que el 1% m�s rico de la poblaci�n mundial posee m�s que el 99% restante de las personas del planeta, lo que supone que acumula m�s de la mitad de la riqueza global. La desigualdad afecta a todo el sistema, tanto a los pa�ses pobres como a las nuevas potencias econ�micas, y a los pa�ses m�s ricos, con supuestas estructuras m�s democratizadas y una mayor cohesi�n social. Desde el inicio del presente siglo, la mitad m�s pobre de la poblaci�n mundial solo ha recibido una m�nima porci�n del incremento total de la riqueza mundial ya que el crecimiento de la desigualdad es cada vez mayor, como expresan los informes de Oxfam y ha reconocido el propio Fondo Monetario Internacional.

En paralelo a ese aumento de la desigualdad, la concentraci�n del poder econ�mico ha alejado cada vez m�s al capitalismo de la libre competencia, degradando el mercado propiamente dicho, en favor de conglomerados oligopol�ticos que utilizan los recursos econ�micos en beneficio de una minor�a a costa del resto de la sociedad. En los pa�ses ricos, y en particular en Estados Unidos, en la primera d�cada del siglo XXI se ha llegado a niveles de concentraci�n de la riqueza como los de la d�cada de 1910-1920.

La oligarquizaci�n de la pol�tica y la influencia creciente de los poderes econ�micos en ella son la causa fundamental de la crisis profunda de las instituciones occidentales, cada vez m�s impotentes ante el agravamiento de los problemas de la sociedad. Esta oligarquizaci�n es, tambi�n, un elemento identificativo de los reg�menes pol�ticos construidos a su imagen, desde las nuevas democracias electorales de los pa�ses del este de Europa, a los reg�menes de fachada democr�tica en otras zonas del mundo.

Son las condiciones para que aparezcan los diversos Trump. La oligarquizaci�n neoliberal ha fomentado la aparici�n de todas estas fuerzas ultrarreaccionarias.


�Fascismo? �Populismo?


El abuso de t�rminos como fascismo o populismo poco contribuye a la comprensi�n. Es verdad que necesitamos conceptos, pero hay que intentar evitar quedar presos en significados cerrados, vinculados a otra �poca hist�rica, que dificulten entender los aut�nticos y nuevos peligros.

El miedo a la nueva extrema derecha es comprensible. Es un fen�meno global de gran peligrosidad. Sin embargo, no estamos en una crisis como la de los a�os veinte/treinta del pasado siglo. Hablar de fascismo solo es �til si lo hacemos para trazar las similitudes pero, tambi�n, las diferencias entre los nuevos pol�ticos autoritarios y el viejo fascismo europeo. Enzo Traverso ha hablado en ocasiones de posfascismo para referirse al fen�meno, en un intento de aprehender lo que est� pasando en esta d�cada.

No hay que confundir las ret�ricas pol�ticas con la significaci�n sustantiva de los procesos.

El hecho de que la nueva derecha utilice un discurso contra las �lites y la corrupci�n del sistema democr�tico-electoral no puede ocultar que ellos son parte de esas propias �lites, y muchas veces, vinculados a sus segmentos m�s oscuros y corrompidos.

Situemos las cuestiones. Europa no se est� llenando de reg�menes fascistas. No hay un movimiento fascista de masas. La llegada de Trump no supone la fascistizaci�n de Estados Unidos.

Precisemos. La nueva derecha generar� medidas autoritarias, contra los derechos individuales y sociales, pero se inscribe en el marco de las democracias electorales degradadas y no aspira, inicialmente, a sustituirlas por otro orden pol�tico. Su consolidaci�n y el grado de ataque a las libertades, a los derechos de las mujeres, a los derechos sociales, va a depender de los conflictos y las luchas que sus pol�ticas van a desencadenar y de la capacidad de construir aut�nticas alternativas pol�ticas y sociales. No hay peor error que dar por perdidas las batallas antes de darlas y por vencedores a quienes empiezan a desplegar su ofensiva.

Las nuevas derechas (posfascistas, a falta de otro calificativo mejor) tienen en com�n con sus abuelos pol�ticos fascistas, un car�cter reaccionario. Pero los objetos de su reacci�n son sustancialmente distintos.

El fascismo cl�sico era una reacci�n frente al crecimiento de los movimientos obreros organizados y al miedo que aliment� la revoluci�n rusa y, en general, a la oleada revolucionaria de las primeras d�cadas del siglo veinte, que recorri� el mundo de M�xico a Rusia, pasando por Alemania o por China. Esa alerta roja entre las clases dominantes, el miedo al comunismo, fue trascendental en el fascismo cl�sico. Tambi�n lo fue otro miedo, el de las clases medias a la depauperaci�n tras la crisis del orden capitalista global decimon�nico, y la aparici�n de capas desesperadas de clases populares empobrecidas.

La reacci�n que representan las nuevas derechas actuales posee signos muy diferentes. No hay una �lite intelectual detr�s de los movimientos posfascistas tan poderosa como la que ten�an el nacionalsocialismo o el fascismo italiano. Es, fundamentalmente, una reacci�n frente a algunos de los cambios sociales m�s importantes de las dos �ltimas d�cadas. En primer lugar, debe destacarse el papel de la reacci�n frente al feminismo, frente al creciente lugar conquistado por las mujeres y a sus derechos. Es tambi�n una reacci�n xen�foba al mestizaje de las sociedades globalizadas y a los movimientos de poblaci�n generados por la mundializaci�n. Es, tambi�n, una reacci�n al ecologismo y pretende articular los intereses contrarios a los cambios imprescindibles para luchar contra el cambio clim�tico.

No es lo mismo un liderazgo xen�fobo, machista y reaccionario y una versi�n reaccionaria del americanismo o de cualquier nacionalismo, que un r�gimen o un movimiento fascista. El fascismo no es el producto de una personalidad, aunque �sta contenga esos componentes. Tampoco olvidemos que los dirigentes protagonistas de la nueva derecha son, si se me permite la expresi�n, antropol�gicamente neoliberales.

Bolsonaro o Trump son personalidades de signo fascista, pero sus gobiernos no lo son. Ni las caracter�sticas fascistizantes de un l�der ni las predisposiciones psicol�gicas de sus votantes son constitutivas de un fascismo. Siempre que cuando hablemos de fascismo estemos haciendo referencia a una categor�a pol�tica que se correspondi� con una etapa hist�rica. El problema no es la personalidad de estos jefes, sino las razones por las que han sido elegidos y lo que una parte de la sociedad ha buscado y encontrado en ellos.

Hay, al menos, cuatro diferencias sustantivas entre esta nueva derecha y el fascismo. Uno: el fascismo fue in movimiento estatalista. Las nuevas derechas son neoliberales. Dos: el fascismo era un movimiento radical que aspiraba a destruir el orden pol�tico liberal-parlamentario y establecer un sistema totalitario. Las nuevas derechas son funcionales al r�gimen de democracia electoral. Tres: el fascismo era un movimiento de masas y se apoyaba en la movilizaci�n social. Las nuevas derechas son productos pol�ticos d�bilmente estructurados. Cuatro: el discurso nacionalista e imperialista del fascismo era aut�ntico. La ret�rica nacionalista de las nuevas derechas encubre su profundo compromiso con el consenso neoliberal.

Tampoco la etiqueta populista ayuda mucho. El populismo es, ante todo, un estilo pol�tico, citando nuevamente a Enzo Traverso. Una ret�rica sobre el pueblo, la patria, la naci�n, que tiene caracter�sticas muy diferentes a lo largo de las �pocas y los pa�ses. Per�n o Chavez eran populistas, Trump y Bolsonaro tambi�n. Pero de poco nos sirve una etiqueta com�n para realidades tan diversas y contradictorias que se refieren tanto a extremas derechas, como a movimientos y gobiernos latinoamericanos, o a izquierdas vinculadas a movimientos sociales como el caso espa�ol de Podemos. Hablar de populismo sirve tanto para etiquetar cualquier rechazo a las �lites, como una reacci�n xen�foba o una pol�tica social en favor de la mayor�a de la poblaci�n. Es una etiqueta para estigmatizar al adversario, no para comprender la sustancia que hay m�s all� de la ret�rica.

Una concepci�n monol�tica de la naci�n es elemento constitutivo de la extrema derecha tradicional y de la nueva derecha. Ni la izquierda, ni los inmigrantes, ni las mujeres con derechos son, en su concepci�n, parte natural de la naci�n.

El misticismo nacional propio de las derechas reaccionarias fomenta el desplazamiento de la cuesti�n social hacia la cuesti�n identitaria. Y, en ocasiones, una cierta articulaci�n entre lo social y lo identitario (lemas como Am�rica first, los franceses primero, los espa�oles primero...). La idea nacional de la nueva derecha se orienta hacia un mayor control social contra los diferentes, especialmente todos aquellos que han conquistado derechos en reconocimiento a su identidad en las �ltimas d�cadas.

La aspiraci�n autoritaria es un elemento consustancial a las nuevas derechas posfascistas. El regreso de figuras dominantes, propensas a la justificaci�n de la violencia y a la exaltaci�n de la jerarqu�a es evidente. No en vano Putin, y el r�gimen ruso que ha modelado a su imagen y semejanza, es una importante referencia de las nuevas derechas. El autoritarismo se conecta con la tendencia al estado de excepci�n permanente y la obsesi�n por la seguridad que se han extendido en algunos pa�ses tras los atentados yihadistas.

En resumen, la nueva derecha combina la defensa y radicalizaci�n del discurso y las pr�cticas neoliberales con una fuerte orientaci�n a recuperar y potenciar los prejuicios reaccionarios, machistas, xen�fobos, anti-ecol�gicos, arraigados en algunos sectores de la poblaci�n. Ello es lo que facilita su expansi�n ya que esas pulsiones son socialmente trasversales.

Hoy, la amenaza no es un totalitarismo inmediato. En realidad, es la destrucci�n de la pol�tica el aut�ntico germen de un futuro nuevo totalitarismo, donde las relaciones mercantiles y la comunicaci�n virtual sustituyen la formaci�n de proyectos colectivos a partir de la deliberaci�n. En ese sentido, las nuevas derechas se inscriben en ese proceso, son una manifestaci�n del mismo, pero no su �ltima representaci�n.

En definitiva, el fantasma de la extrema derecha que recorre el mundo es un fen�meno nuevo, con ra�ces indudables en las tradiciones autoritarias y fascistas del pasado, pero tambi�n, con los rasgos inequ�vocos de una creaci�n propia y funcional al mundo neoliberal en que vivimos.


Madrid, 8 de enero de 2019


 
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