�Tan apurados est�n todos, como el Conejo Blanco de Alicia,
y por sobre todas las cosas enajenados, que no tienen m�s que
ojos y o�dos para una relaci�n casi concupiscente con un coso de
pl�stico con pantallita.�
Hern�n L�pez Echag�e (*)
Constituci�n, identificaci�n y pulsi�n.
El sujeto es un producto; no est� ya all� cuando nace el infans. En su constituci�n se forjan
soportes, identificatorios y fantasm�ticos. Este surgimiento depende de su v�nculo con el Otro
primordial y a ese armado lo acecha siempre alguna fractura. Es un animal dislocado y fr�gil. Hay
vacilaciones inevitables -por avatares esperables de la vida en su conjunci�n con alguna
vulnerabilidad inicial- que llevan al surgimiento de angustia, u otros destinos posibles, con el
intento de recomponer la integridad subjetiva. Si me refiero a la identificaci�n y a la pulsi�n es
porque el armado del sujeto tiene aportes simb�licos, imaginarios y reales. El Otro primordial lo
ba�a con significantes y lo envuelve en flujos libidinales. El infans responde. Para los interesados,
trazo un desarrollo algo m�s extenso de este punto. (1)
Me interesa se�alar que, muy a contramano de una supuesta identidad del sujeto consigo mismo,
hay una versi�n dominante, fantasm�tica, de la amalgama de sus identificaciones y de su relaci�n
con un objeto privilegiado, la que dar� sost�n real a la prestancia imaginaria yoica. El sujeto se
hace, as�, un ser, en una significaci�n �nica y original, desconocida para s� que subtiende su vida
y su historia. Sin embargo, queda siempre un resto que no entra en este armado. El Yo se nutre
de estas vertientes y resiente el intento de retorno de ese resto excluido. A la vez, el Otro
primordial es permeado por cada �poca y aporta seg�n esos rasgos a su producto, seg�n las
caracter�sticas que mantengan la unicidad en cada sociedad. Entonces, se trata de un inicio
fundante, piedra elemental de lo que conocemos como series complementarias en Freud, que se
contin�a con el trabajo del Otro de la cultura mediante sus Instituciones, por ejemplo, y sus
cambios epocales.
As�, hay perfiles que se funden temporalmente en las �significaciones imaginarias sociales�
prevalentes. Es lo que Castoriadis llama �tipo antropol�gico�, modelos identificatorios que
colaboran en sostener, en cada �poca, cada tipo de sociedad. Podr�amos mencionar al capitalista
y al proletario como ejemplos, pero el mismo Castoriadis cuestion� su prevalencia, hace a�os ya
(2), y tenemos que esforzarnos por caracterizar lo que hace a rasgos distintivos que promueven la
psique del siglo XXI. Sin embargo, su concepto de proyectos sociales antag�nicos -el de la
autonom�a y el de la heteronom�a- da un marco en el que pensar rasgos fundantes en la
actualidad. No es el tema general que tratar� aqu�, pero lo podemos tener como tel�n de fondo
para comprender lo que instituye la subjetividad hoy.
Me he ocupado en varias oportunidades de los efectos de la cultura actual en los ni�os, los
adolescentes y las familias. Baste mencionar aqu� la aceleraci�n que sufre la crianza y la vida en
general; el privilegio de las im�genes, vertiginosas en su sucesi�n, en detrimento de la lectura; el
d�ficit simb�lico que facilita salidas de descarga motriz antes que esp�ritu cr�tico reflexivo; la
valoraci�n de lo nuevo en s� mismo y el descarte consecuente de valores y lazos; el sentimiento
de falta en el que caen los sujetos en su relaci�n con un Ideal de felicidad y juventud
permanentes; el retraimiento y el autoerotismo como protecci�n frente al conflicto; la promoci�n
del aislamiento en cuanto al proyecto, en detrimento de alg�n nosotros m�s consistente; el
consumo como significaci�n privilegiada que con llamativa frecuencia toma formas adictivas; la
vacilaci�n del tab� del incesto y la claudicaci�n del Otro primordial en aspectos centrales, en un
extremo el de marcar de entrada al infans en relaci�n con su sexo. Este conjunto de rasgos hace
al arrasamiento de la producci�n de complejidad ps�quica. La banalizaci�n, entonces, la liviandad
y la insignificancia, son consecuencias subjetivas frecuentes, que vienen bien a la l�gica
capitalista de mercado.
El sujeto fragilizado y la servidumbre.
Para el capitalismo posterior a las guerras mundiales, Castoriadis se�al� un rasgo: �la retirada al
conformismo�, rasgo que coexistir�a con un eclipse del proyecto de la autonom�a, el peso de la
privatizaci�n en todos los �rdenes, con la consiguiente prevalencia del individualismo y la
despolitizaci�n as� como de una atrofia de la imaginaci�n pol�tica y una pauperizaci�n intelectual.
(3). Esta pintura pesimista traza un marco para lo que hemos trabajado en otros art�culos como
desplome de las narrativas, vacilaci�n del Nombre del Padre, ca�da de los grandes relatos de la
modernidad, etc. Es lo que Castoriadis nombra �ascenso de la insignificancia�. Esa a esta cultura
que adviene el infans y su subjetividad puede estar m�s o menos afectada por ello. En el armado
entre identificaci�n y pulsi�n, en el trabajo del simb�lico sobre lo real, en su entramado con lo
imaginario, hay diferentes resultados posibles, anudamientos subjetivos distintos para Lacan, que
dan origen a vulnerabilidades varias. En este escenario tambi�n se inserta la dupla neurosis y
psicosis, veremos con qu� particularidades. El sujeto est� actualmente fragilizado, bien dispuesto
a la captura por el discurso del Otro.
Dice Gustavo Dessal: �El sujeto no-identificado no es exactamente alguien que carece de
referentes. Los toma de los significantes amo que el discurso neoliberal dispersa a trav�s de sus
medios, pero lo fundamental es que se trata de un sujeto que no reconoce deuda alguna, ya que
se constituye por fuera de la alienaci�n a las representaciones tradicionales tributarias del
Nombre del Padre. Se debe a s� mismo, y su des-identidad lo prepara para condescender a la
indeterminaci�n cronificada, a la nueva servidumbre disfrazada de carrera en episodios.
Finalmente, esa des-identidad acaba por transmutarse en una identificaci�n al s�ntoma�del
Otro.� (4). Dessal aclara que no se trata de despersonalizaci�n sino de una particularidad de su
constituci�n. En esta direcci�n, he se�alado en otro texto: �Las subjetividades as� constituidas -sin
que la represi�n sea la defensa central, con otra consistencia identificatoria, con una distinta
relaci�n con el sentimiento de culpa, con una r�mora en cuanto a la disponibilidad de recursos
para tramitar los impulsos, etc.- se insertan de otro modo en relaci�n con los ideales, est�n m�s
a merced del sesgo tan�tico del Supery�. En la cultura del �Todo es posible� la relaci�n del sujeto
con el objeto es otra as� como es otro el modo en que resulta afectado y es de otra cualidad su
v�nculo con el semejante. La violencia es uno de los rasgos que resaltan en este escenario en el
que reina la pulsi�n de muerte, as� como la proliferaci�n de modos de goce ya no encorsetados
por un Ideal ni regulados por la castraci�n.� (5). Hay desmezcla de las pulsiones, en la medida en
que el armado identificatorio se enmarca de este modo.
Me interesa el recorte de Dessal pues remite a que el Otro social juega una nueva servidumbre
con ese desidentificado. En efecto, el autor -al analizar un trabajo de Bauman- vuelve sobre este
punto y se refiere a la tan frecuente promoci�n del emprendedor exitoso solitario en la sociedad
actual: �(�) la incertidumbre ha dejado de ser una penuria que se procura derrotar, o al menos
disimular. Por el contrario, ha adquirido una forma fenom�nica nueva, acompa�ada por un cortejo
de significantes que le dan justificaci�n y legitimidad: flexibilidad, autonom�a, tercerizaci�n,
discontinuidad. La precariedad se convierte as� en la nueva virtud de la modernidad, en tanto se
le supone un est�mulo saludable para la reinvenci�n personal, para la superaci�n autobiogr�fica
de los �desaf�os� del sistema, una fuente de energ�a para estimular el crecimiento personal y el
fitness necesarios en la carrera por la supervivencia del m�s fuerte. A la luz de este esp�ritu
actual, el estado de bienestar (o lo poco que de �l subsiste) es visto como un narc�tico, una
f�rmula que solo ha servido para crear generaciones de sujetos poco aptos para la lucha,
moralmente d�biles en la conquista de los ideales socioecon�micos, inclinados a la
autocompasi�n y adictos a la mendicidad hacia el Estado.� (6) El discurso del Otro social miente
haciendo de defecto virtud.
Veamos un ejemplo claro de este formato en el fraude de los nuevos trabajos independientes que
surgen luego de olas imparables de despidos, como son los de las plataformas app que convocan
a j�venes para hacer mandados varios y satisfacer los caprichos del consumo de 24 horas sin
moverse de casa. En palabras del abogado laboralista Juan Ottaviano: �Usar la tecnolog�a para
disfrazar relaciones de trabajo por relaciones aut�nomas no es nuevo. La novedad es que la
econom�a de plataforma permite eficientizar mercados de transporte de productos y personas, o
de servicios en general. �Es la tecnolog�a en s� misma la que precariza? No. Se trata de
relaciones de trabajo tradicionales en donde el avance tecnol�gico se usa para la intensificaci�n
del trabajo y la producci�n, como pas� siempre�. (7). Aunque afirma que este modo de emplear
no es legal, se concluye en que la destrucci�n del Estado de Bienestar se disfraza de avance del
siglo XXI.
El capitalismo hoy necesita, entonces, un sujeto acr�tico, enajenado por la alienaci�n a
significaciones que se promueven desde el poder, el que cuenta para ello con los medios de
comunicaci�n a su servicio. La subordinaci�n al �coso de pl�stico con pantallita� que menciona
L�pez Echag�e toma, as�, un lugar primordial. Es una especie de cord�n umbilical que une al
sujeto consigo mismo y con otros, lo incluye en una aceleraci�n vertiginosa que alterna con la
angustia del desasimiento que experimenta cuando -por las razones que sean- no est� disponible
ese recurso. Asimismo, L�pez Echag�e acierta al calificar de �casi concupiscente� esa relaci�n,
pues la urgencia por mantenerla, as� como el alivio al reestablecerla si la pierde, indican que algo
de la pulsi�n, de su insistencia, en funci�n autoer�tica, est� en juego.
Estos rasgos de la constituci�n de subjetividad hacen pensar en la masividad que toman ciertos
procesos de sectarizaci�n, de fanatizaci�n incluso, a la luz del efecto del Otro sobre estos sujetos.
�El dispositivo identificatorio�, se�ala Fran�ois Ansermet, �puede virar a la radicalizaci�n: una
radicalizaci�n que lleva bien su nombre, puesto que se trata de darle ra�ces a aquello que no las
tiene. Se puede pasar directamente de ra�ces individuales, artificialmente reconstituidas, a ra�ces
de un mal colectivo. Es as� que los peque�os males pueden ir hacia el mal absoluto, como lo dijo
Hanna Arendt�. Asimismo, Ansermet menciona una serie de operaciones que la biotecnolog�a
permite a los sujetos que ofrecen su cuerpo en lo que describe como �imaginarios cl�sicos
propios a las construcciones delirantes de la psicosis�, pero que sin embargo forman parte de los
desarrollos contempor�neos de la ciencia. Y concluye: �Resumiendo, nos encontramos entonces,
frente a un reconocimiento de la psicosis y, por otro lado, frente a un uso que pudi�semos decir
�psic�tico� tanto de las identidades como de las biotecnolog�as. Se trata de dos vac�os que se
proyectan: es esta intersecci�n la que deber�a ser interrogada hoy de una nueva manera a partir
de la psicosis ordinaria y de sus signos discretos.� (8).
La tecnolog�a y la vinculaci�n virtual tienen, desde luego ventajas. Por ejemplo, se ha
comprobado que -a pesar del aumento de las depresiones entre los j�venes y los millenials- las
redes han logrado que �stos accedan con mayor frecuencia a pedir ayuda terap�utica en lugares
donde no era para nada frecuente. Esto sucede, seg�n marcan los investigadores, porque la
comunicaci�n virtual ha favorecido la desestigmatizaci�n de la enfermedad mental, tan fuerte en
EEUU, por ejemplo, dado que promueve una tendencia a exhibirse, en este caso tambi�n referida
a los modos de sufrimiento.(9). La oferta medicamentosa es la respuesta mayoritaria en EEUU a
estas demandas, unida frecuentemente con terapias conductistas cognitivistas, pero eso es ya
otra cara de la dominaci�n mercantil. En la misma direcci�n, as� como el capitalismo se devora
las iniciativas y convierte a emprendedores aut�nomos en nuevos esclavos, el arsenal
comunicativo y de relaciones que se crea a trav�s de la red abre toda una nueva serie de
posibilidades que ponen el acento en la pol�tica con que se piensan y no en el rendimiento por la
explotaci�n: �Hoy las econom�as colaborativas est�n alcanzando un momentum, un punto cr�tico:
el de dejar de verse como iniciativas aisladas y empezar a pensarse como una transici�n a una
sociedad basada en los bienes comunes. Esta transici�n no ser� absoluta ni de un d�a para el
otro, pero ya comenz�.� (10)
La cl�nica del �sujeto no identificado�.
Podemos ubicar en esta serie a los sujetos que hemos visto como inmersos en la identificaci�n al
s�ntoma del Otro, pero tambi�n podemos situar as� a los sujetos en los que habita un vac�o propio
de lo que Miller ha nombrado psicosis ordinarias, herederas de diversas formas de psicosis sin
locura, descriptas por la psiquiatr�a cl�sica, as� como - en parte- tributarias de lo que se llam�
cuadro borderline o personalidad como s�, all� donde la identificaci�n ocupa otro lugar y denuncia
otra consistencia.
En un texto de Miller publicado en 1987, Ense�anzas de la Presentaci�n de Enfermos, esa
disciplina que cultiv� Lacan, figura un caso paradigm�tico en cuanto a lo que venimos diciendo,
que Lacan incluye como �(�) esos locos normales que constituyen nuestro ambiente�. Describe a
Brigitte, presentada en el a�o 1977: �Esta persona no tiene la menor idea del cuerpo que tiene
que meter bajo ese vestido, no hay nadie para habitar la vestimenta. (�) Nadie logr� hacerla
cristalizar (�) Lo que dice no tiene peso ni articulaci�n (�).� (11). Miller se�ala luego que en la
cl�nica es �til distinguir entre lo que llama �enfermedades de la mentalidad� y �las del Otro�: �Las
primeras dependen de la emancipaci�n de la relaci�n imaginaria, de la reversibilidad de a-a�,
extraviada por ya no estar sometida a la escansi�n simb�lica. Son las enfermedades de los seres
que se acercan al puro semblante.� Para ejemplificar lo que ser�a una �enfermedad del Otro� toma
el caso de un sujeto enfrentado a un Otro perfecto, sin lugar para �l: �(�) su vida no tiene el estilo
de una errancia: est� identificado sin vacilaciones con el desecho, es una porquer�a, y toma
evidentemente su consistencia subjetiva de esa certeza insoslayable.� (12)
En estas l�neas est� esbozado lo que en 2008 nombrar� Psicosis ordinarias, para diferenciarlas
de las Extraordinarias, aquellas en las que reina la certeza. El lugar preferencial de la
Identificaci�n est� presente en ambas patolog�as, si bien con rasgos propios a cada una. Marca,
entonces all�, una diferencia entre las psicosis que pueden desencadenarse y las que no. Toma,
como definici�n lacaniana paradigm�tica de esta subjetividad �(�) un desorden provocado en la
juntura m�s �ntima del sentimiento de la vida en el sujeto, (�)�. (13). Se trata de una cl�nica
diferencial muy fina en la que marca tres externalidades -social, corporal y subjetiva- para
aproximar sus detalles. Son aportes muy ricos para la precisi�n cl�nica, pero no quiero
extenderme en este punto aqu�. Asimismo, Miller enumera ciertos rasgos determinantes para
certificar -por el contrario- un diagn�stico de neurosis: la relaci�n al Nombre del Padre -no a algo
que puede venir a ocupar su lugar en el equilibrio subjetivo (14)-, a la castraci�n, a la impotencia y
a la imposibilidad, una diferenciaci�n �tajante� entre el Yo y el Ello, entre los significantes y las
pulsiones y un Supery� �claramente trazado�.
En muchos casos, como vimos, lo social presta sus soluciones para que vengan a servir de
tapones, de identidades de repuesto, de articuladores, ante el vac�o central. Puede haber m�s
afectaci�n del cuerpo en un mundo que ha dejado la preeminencia de la prohibici�n para acentuar
el empuje al goce. En todo caso, habr� que distinguir -en transferencia- entre el efecto de vac�o
que emerge de una constituci�n psic�tica, incluso en la psicosis ordinaria, y la vacuidad de un
psiquismo que, m�s all� de que haya funcionado la met�fora paterna, est� inmerso en la
banalizaci�n de �poca que hemos mencionado. En este �ltimo caso, encontraremos carencias en
la complejidad ps�quica, pero tambi�n pruebas de que -por ejemplo- la implicaci�n subjetiva es
posible. El sujeto puede cuestionar sus propios dichos, puede interrogarlos y desplazar su
posici�n inicial sin peligro de desestructurarse.
Estas diferencias se tornan cruciales en la cl�nica. Sabemos que trabajamos en el sentido de
fragilizar el referente discursivo, de lograr su desplazamiento, de favorecer incluso la p�rdida de
ese referente para promover la asociaci�n libre. En este movimiento, fragilizamos, asimismo,
identificaciones, buscando trastocar, desplazar, el goce. El sujeto, as� tocado, puede desconfiar
de su propio dicho y abrirse a otros sentidos. Este movimiento produce apertura del Inconsciente
y moviliza ese marco que, dijimos, es el armado fantasm�tico que comanda la repetici�n
sufriente, la misma que provoc� su consulta. As� como vemos necesaria esta operaci�n en los
casos de neurosis (15), no avanzar�amos del mismo modo con las psicosis ordinarias, esas que,
desde lo fenomenol�gico, tanto se asemejan a la subjetividad light propia de la �poca. De ah� que
se vuelva tan importante su distinci�n. Asimismo, con estas subjetividades neur�ticas fragilizadas
es preciso atender a su posibilidad de tramitar y elaborar nuestras intervenciones.
As�, es clara la necesidad de encontrar aquellos soportes que funcionan como sost�n de la
consistencia de cada sujeto. En el caso de la psicosis ordinarias, las suplencias del Nombre del
Padre que impiden desencadenar la psicosis. Sobre todo, es imperiosa la necesidad de ce�ir
estas construcciones para trabajar con estos sujetos en la direcci�n de legalizarlas y avalarlas. La
Identificaci�n, en estos casos, se puede presentar como una suplencia esencial, bajo la forma de
la relaci�n original al objeto, tal cual la lee Freud en Duelo y Melancol�a, como incorporaci�n
ambivalente, canibal�stica, (16) propia de la elecci�n narcisista de objeto.
Este cuidado en la discriminaci�n cl�nica est� muy bien definido en un trabajo de Emilio Vaschetto
con el que elijo concluir: �El tratamiento de las psicosis actuales compromete al psicoanalista a un
punto de prudencia y de verificaci�n m�s que al �mpetu terap�utico. Muchos de los sujetos que
vienen a la consulta y en quienes logramos detectar fen�menos elementales muy sutiles o formas
subcl�nicas de la psicosis, ya vienen con su soluci�n a cuesta (por algo no se han desencadenado
hasta entonces). �Qu� vienen a hacer entonces? A certificarse en su invenci�n, a autorizarse en
sus soluciones, a ser acompa�ados en estas. Vienen por ejemplo, a poder decir que �no� a la
aparici�n tenue pero inopinada del goce del Otro, que emerge de manera puntual y evanescente.
Saben que es necesario decir �no�, pero requieren de otra presencia para autorizarse en su no-
decir� (16).
(*)Reflexiones sobre �El ruido del tiempo�, de Julian Barnes.
Notas
(1) En la constituci�n subjetiva, el primer movimiento �como Lacan lo desarrolla en el Seminario
XI, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoan�lisis- es la alienaci�n del sujeto bajo el
peso del significante del Otro, la identificaci�n. El segundo movimiento, de separaci�n, lo enfrenta
a ese intervalo misterioso, al gap o hiancia que deja en suspenso la significaci�n en tanto aflora
all� el deseo del Otro. Esto es as� porque el lenguaje no es un c�digo, se presta al malentendido,
la alusi�n, el enga�o y tanto m�s. La pregunta que podemos suponer del lado del sujeto enuncia:
�Me dice esto, pero �qu� me quiere decir?� El infans puede alcanzar la separaci�n en un intento
por responder. Homologa la posibilidad de su propia p�rdida al hueco de ese intervalo misterioso
en el discurso deseante del Otro y juega la pregunta: ��Puede perderme?�. La respuesta, versi�n
fantasm�tica que dice algo sobre el objeto que completar�a a ese Otro, estabiliza al dar sentido,
una respuesta a la pregunta por ese deseo misterioso, al precio de capturar al sujeto en una
estrecha significaci�n, su identificaci�n a ese objeto.
Es que la otra cara de la constituci�n es pulsional. Dec�amos en el N�mero 15 de la Revista:
�Lacan dice, en el Seminario La Identificaci�n, Seminario IX (in�dito), que la primera modificaci�n
de lo real en el sujeto bajo el efecto de la demanda es la pulsi�n. Para ello, se�ala, es preciso que
la demanda se repita y que, asimismo, sea defraudada; o sea que se repita como significante. En
ese vac�o, por ser defraudada, se funda la nada en la que adviene el objeto del deseo. En el
hecho de ser tomado en el movimiento repetido de la demanda se aloja el objeto del deseo: el
seno, por ejemplo, deviene ya no objeto de alimento sino objeto er�tico. En la pulsi�n hay ya un
efecto de la demanda; la pulsi�n como demanda que ser� exigencia del cuerpo, exigencia de
siempre obtener satisfacci�n.
Ese real inicial que se modifica es un goce supuesto, del viviente; sin embargo no sabemos nada
de ello. El goce que es producido por el efecto de la demanda, el goce pulsional, est� trabajado
por el significante, que trastoca un cuerpo y lo desnaturaliza, a la vez que hace surgir un sujeto
del discurso. La particularidad de la demanda pulsional es que sus significantes est�n tomados
del cuerpo.
El cuerpo, vaciado de ese goce primordial y trabajado por el lenguaje, ofrece sus orificios como
reductos para el goce que all� se condensa; en tanto se separa de los objetos (a), oral, anal,
f�lico, esc�pico y vocal. Se trata del recorrido de las pulsiones, as� construidas entre el cuerpo y
el Otro del decir.� En los vaivenes de la demanda, del sujeto al Otro �como en el primado oral- y
del Otro al sujeto �como cuando se trata de la analidad- se trazan los circuitos pulsionales y se
recortan esos objetos privilegiados.
(2)Entrevista concedida por Cornelius Castoriadis a Olivier Morel el 18 de junio de 1993.
(3) Castoriadis, Cornelius, El Mundo Fragmentado, (1989), p�g. 13/26, Terramar Ediciones,
Buenos Aires, 2010.
(4) Dessal, Gustavo, �La vida epis�dica�
(5) Oleaga, Mar�a Cristina, La felicidad universal trastorna El Psicoanal�tico N�mero 32: �Y todos
felices�.
(6) Dessal, Gustavo, Un toque de freudismo en memoria de Zygmunt Bauman.
(7) La trampa de las plataformas para trabajar.
(8) Ansermet, Fran�ois, Paradojas de los signos discretos en la psicosis ordinaria
(9) Millennials are helping to end depression�s stigma
(10) Basch, Marcela, �Una idea que muri� de �xito?
(11) Miller, Jacques Alain, Matemas I, p�g. 165, Manantial, Buenos Aires, 1987.
(12) Ibid (9), p�g. 166.
(13) Lacan, Jacques, De una cuesti�n preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis(1957�1958), en�Escritos 2, Siglo XXI editores, Bs. As. 1989, p�g. 540.
(14) A partir de concebir la pluralizaci�n de los Nombres del Padre, Lacan considerar� a este
operador como una funci�n de equilibrio por anudamiento de los tres registros que podr� ser
ejercida por diversos elementos.
(15) Aun cayendo en la reiteraci�n., quiero insistir en que la maniobra anal�tica exige, siempre, el
cuidado por la estructura del sujeto. Incluso con la neurosis, es preciso sopesar la intervenci�n
que desestructura pero que tiene, desde luego, el horizonte de otra sujeci�n que permita
desplegar el deseo y el goce y reducir el penar.
(16) Freud, Sigmund., Duelo y melancol�a (1917), Obras Completas, Vol. XIV, p�g. 247,
Amorrortu, Bs. As., 1986.
(17) Vaschetto, Emilio, Revista Enlaces On Line N�23 �Septiembre 2017, Lo extraordinario de las psicosis ordinarias.
Bibliografia
Lacan, Jacques, El Seminario 11: �Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoan�lisis".
Castoriadis, Cornelius, La instituci�n imaginaria de la sociedad, Tusquets, Buenos Aires, 2007.
Miller, Jacques Alain, Conferencia pronunciada al seminario angl�fono�"Psicosis ordinaria"
realizado en Par�s en julio de 2008. Efecto de retorno sobre la psicosis ordinaria.
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