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Condiciones para la relaci�n terap�utica
Esteban Ferrandez Miralles
 
 
 
Caravaggio, c. 1602. Joven con un cordero o San Juan Bautista
Caravaggio, c. 1602. Joven con un cordero o San Juan Bautista
Imagen obtenida de: https://www.artehistoria.com/es/obra/san-juan-bautista-8

Condiciones para la relaci�n terap�utica
Por Esteban Ferr�ndez Miralles
Psicoanalista - Centro Psicoanal�tico de Madrid
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Creo que uno de los aspectos de nuestra pr�ctica que precisa de mayor atenci�n, dada la evoluci�n innegable tanto de la psicopatolog�a como de la cl�nica psicoanal�tica, es lo que denominamos relaci�n terap�utica, otros prefieren puntualizar: relaci�n anal�tica; hablar� de ellas como si fueran sin�nimos.

El tema de la relaci�n terap�utica ha cobrado mayor importancia en los �ltimos a�os. No traigo un tema nuevo, el mismo Freud declara en 1913: �el primer objetivo del tratamiento es ligar al paciente a la cura y a la persona del m�dico�. Es pues un asunto que me parece decisivo en las posibilidades de llevar a t�rmino un proceso terap�utico, primera inferencia, la relaci�n terap�utica no est� garantizada, la relaci�n terap�utica ha de construirse, y el elemento decisivo en este sentido es el deseo del analista, esto lo hab�a recordado suficientemente Lacan. Ahora bien, las descripciones y los estudios realizados, desde diversas corrientes, me parece que dejan de lado algunos aspectos importantes que ahora quiero destacar y que en mi pr�ctica se han ido revelando como determinantes. No quiere esto decir que para los dem�s tenga que ser igual.

El modelo de relaci�n que propone Freud la sit�a en un momento del desarrollo, en un contexto, donde las capacidades simb�licas est�n desarrolladas y el lenguaje verbal es el mecanismo privilegiado para comunicarse. Freud est� pensando principalmente en t�rminos de neurosis. El episodio del carrete o del fort-da es el ejemplo paradigm�tico utilizado para explicitar su posici�n. Otros autores, sin embargo, llevados por su pr�ctica, se ven llevados a intentar pensar qu� ocurre en estadios m�s precoces del desarrollo humano.

La relaci�n humana m�s temprana es la relaci�n con el cuidador primario, la madre en la inmensa mayor�a de los casos. Autores como Winnicott nos se�alan las semejanzas entre el papel de la madre y, posteriormente el del analista. Aunque esto ha dado lugar a confusiones f�ciles, como se�ala Jacques Andre: �Una cosa es que el paciente identifique a su analista como una good enough mother, otra muy diferente que el terapeuta asuma ese lugar�. El psicoan�lisis, como otras ciencias tambi�n sufre de esos vaivenes en los cuales pasamos de un extremo a otro con enorme facilidad y con poca reflexi�n. Maternaje o introducci�n del tercero me parece un debate est�ril, si se trata de optar por uno y denostar el otro.

Este mismo modo de razonar binario, que Derrida critic� con extraordinaria agudeza, es el que ha llevado a descalificar cualquier conocimiento que proviniese de la observaci�n, expulsando a los practicantes de tal herej�a a las tinieblas exteriores bajo el estigma de: eso no es psicoan�lisis.

A trav�s de las observaci�n de ni�os, pero combinando esos hallazgos con la cl�nica es como, seg�n D. Stern, vamos a conseguir comprender mejor la matriz de relaciones en la que crecemos, ese universo simb�lico del que nos habla Lacan, que contiene y antecede al sujeto, sin que este pueda aprehenderlo jam�s. En Lacan son las formas imaginarias, el terreno del amor y de las identificaciones, lo que imposibilita al sujeto para acceder el orden simb�lico en el cual su falta lo constituye.

Nuestro punto de vista, a someter a debate, es que m�s bien es el trabajo con las emociones y los afectos, el que precede, prepara y permite, o no, el trabajo significante, el trabajo simb�lico. Este trabajo con los afectos es el que Stern denomina, affect atunement, entonamiento afectivo, es la condici�n necesaria para el desarrollo de una relaci�n en la cual los procesos simb�licos, tales como el que mencion�bamos antes del carrete, es decir, simbolizar la ausencia en lugar de angustiarse por ella, tengan lugar. No se trata de sustituir un orden por otro, se trata de comprender que ambos son igualmente necesarios, que los intercambios simb�licos son precedidos y facilitados por otros mucho m�s b�sicos, en los que los afectos se sincronizan. Yo creo que cuando Lacan introduce los tres �rdenes tambi�n est� intentando crear una combinatoria que recoja los aspectos que Freud hab�a denominado por su parte, afecto, al que denomin� quantum en una elecci�n desafortunada, y la idea. Sin embargo, el peso de lo simb�lico es extraordinario en la concepci�n lacaniana del psicoan�lisis.

El s�mbolo, en nuestra manera de comprender el desarrollo y el establecimiento de relaciones significativas, surge del encuentro con el otro, no de la ausencia del otro. Podr�amos decir que aparece en esa alternancia que se va a dar entre el encuentro y la separaci�n, como una din�mica en la cual el sujeto va a poder mantener su identidad.

Esa alternancia de los encuentros no se producir�a sin la colaboraci�n activa del beb�, esto es algo que la observaci�n de infantes nos aporta a la relaci�n terap�utica, y que nos va a permitir pensar un trabajo terap�utico con pacientes donde ambos tratar�n ir m�s all� de lo que Benjamin denomina la divisi�n entre sujeto agente (el terapeuta) y sujeto paciente. �Por qu�?, porque esa divisi�n obstaculiza, eterniza, estanca el progreso terap�utico.

Hay un aspecto que a nuestro modo de ver tiene una importancia crucial, en el porvenir de la relaci�n terap�utica y al que no se le presta demasiada atenci�n: Ese aspecto es el ritmo, el ritmo es el primer orden humano que irrumpe en las relaciones y las modula; estas secuencias de las que habl�bamos no se producen de modo arbitrario ni caprichoso, hay un ritmo inconsciente -en sentido descriptivo -, es el patr�n que permitir� el intercambio, y posteriormente la interacci�n, la comprensi�n y la multitud de relaciones que se van a dar entre los humanos. El ritmo es el ordenamiento m�s primario de las relaciones humanas.

El ritmo es un concepto b�sico del lenguaje musical, que si nos fijamos se opone a la m�trica, igual que en la obra de Winnicott el jugar, playing, se opone al juego reglado denominado game. El jugar es un impulso b�sico que seg�n Rodulfo permite la construcci�n del cuerpo. El ritmo se crea desde dentro, la m�trica se dicta desde fuera.

Dice Lara Lizenberg (1) que, en el siglo VII, para los griegos el ritmo era la forma particular y distintiva del car�cter humano.

El ritmo, sin embargo, es un tema al que los psicoanalistas han prestado relativamente poca atenci�n, mientras que otras corrientes psicoterap�uticas sin embargo lo han tenido m�s en cuenta. Sin ritmo no hay posibilidad de comunicaci�n, de intercambio humano.

En un texto reciente, Curvaturas, dice Rodulfo: el ritmo recorta el cuerpo, precisamente ese recorte del cuerpo es lo que facilita, lo que permite el encuentro con el otro. El ritmo es lo que permite al sujeto tener conocimiento de que hay otro con quien interactuar. El ritmo ha estado presente, no obstante, en las preocupaciones del psicoan�lisis:

  • Ritmar las intervenciones del analista, en una sesi�n o a lo largo del tratamiento: c�mo, cu�ndo y para qu� intervenir.
  • Definir el n�mero de sesiones, el ritmo de las sesiones, aunque ah� juegan fuerte otros factores.
  • Dando sentido de continuidad del tratamiento - en funci�n del ritmo de las sesiones -, es decir, los perjuicios de las interrupciones o de las discontinuidades inevitables en algunos an�lisis.

Volviendo al concepto de entonamiento afectivo de Stern, podemos decir que eso es lo que permite el desarrollo de un ritmo de interacciones, de intercambios, de di�logos en definitiva, con un car�cter preverbal y corporal, es todo el cuerpo el que interviene en la expresi�n. Estos intercambios van a generar una matriz, una pauta, un modelado, una manera de relacionarse: los beb�s y sus cuidadores crean pautas de juego, de intercambios sonoros, corporales, donde cuerpo y lenguaje se entrelazan en una mezcla extraordinaria. Un intercambio sujeto a muchos factores de desequilibrio, el principal, la ausencia, la perturbaci�n de ese ritmo que va posibilitando la creaci�n de un sentimiento de mutualidad afectiva.

Esa matriz relacional, ese ritmo fundador de los intercambios, queda inscrito en el sujeto, tiene mucho que ver con lo que se ha dado en llamar memoria procedimental, es decir, con una memoria previa al lenguaje y al s�mbolo, y que por lo tanto se conserva y transmite por circuitos m�s primarios. Est� en relaci�n tambi�n con esos elementos que Bleichmar llama, signos de percepci�n, y que tratan de definir esas experiencias previas a que el sujeto disponga de la capacidad de representar; en todo caso, ocupar� un lugar previo al orden simb�lico, pero preparatorio precisamente de ese orden.

Nuestra hip�tesis, todo trabajo tiene que tener una hip�tesis, aunque sea de bolsillo, de quita y pon� Nuestra hip�tesis defiende que ese ritmo que se crea en los primeros intercambios entre el beb� y su cuidador, y que produce lo que Stern denomina entonamiento afectivo, ese ritmo, es la matriz sobre la que se funda el tercero anal�tico. �Qu� es el tercero anal�tico, para algunos un concepto com�n y cotidiano, para otros m�s extra�o? El tercero anal�tico es lo que sustenta que, una vez creado el v�nculo entre terapeuta y paciente, este v�nculo resista las adversidades inevitables de todas las relaciones.

El psicoan�lisis ha comenzado un proceso necesario, la desmitificaci�n del terapeuta, despu�s de todos los excesos y absurdos a que eso hab�a dado lugar, despu�s de la esclerosis de la pr�ctica a la que obligaba. Recordemos ese punto de partida que signa Paula Heinmann en su art�culo On countertransference. Ese descentramiento tambi�n del terapeuta, que era una tarea inaplazable, conlleva, sin embargo, que nos preguntemos: �c�mo se sostiene la experiencia terap�utica, eso que dec�a Freud es el primer objetivo: ligar al paciente a la figura del m�dico, al tratamiento dir�amos ahora, c�mo abordamos esa problem�tica de la adherencia al tratamiento?

Mi experiencia es que ese v�nculo no se sostiene por la brillantez de las interpretaciones del analista, ni por el deseo del analista, ni por la capacidad de sugesti�n, ni siquiera de empat�a. Es algo mucho m�s primario e inconsciente que denominamos tercero anal�tico, o si prefieren terceridad, heredero o evoluci�n del entonamiento afectivo, del ritmo de intercambios primarios creado entre el infante y la madre.

  • El tercero, para Jessica Benjamin, es una cualidad de la experiencia de la - relaci�n subjetiva que produce un cierto espacio mental interior.
  • Es un principio, una relaci�n, una funci�n.
  • No es el analista, no es el paciente, es algo que surge entre los dos y no pertenece a ninguno. Las resonancias con el espacio transicional de Winnicott son evidentes.
  • El tercero no est� en la mente del analista: el insight es una experiencia intersubjetiva que altera el self de la pareja terap�utica.

No soy el �nico en considerar que Lacan percibe la importancia de este tercero en el trabajo anal�tico, para Lacan el tercero es lo que libra a la relaci�n terap�utica del derrumbe, y esa funci�n la cumple lo imaginario, en un primer momento, pero la tesis lacaniana que conocemos y que se transmite en su ense�anza es otra: el tercero es el lugar que ocupa el padre simb�lico al establecer el corte, la prohibici�n en la dualidad narcis�stica e incestuosa entre madre e hijo.

La idea del tercero es que podemos mantener una representaci�n del mundo v�lida frente a fracasos y decepciones que lo cuestionan. As� ha estado ligado a la fe en el amor, la bondad humana y el valor de la legitimidad, es decir, de la ley. Es el espacio mental intersubjetivo que se crea en la cesi�n del analista. Este aspecto de cesi�n del analista, es fundamental. La tesis de la autora es que ante un momento de incomprensi�n o de confrontaci�n con el paciente, es el analista el que tiene la posici�n m�s adecuada, y por lo tanto es al que le corresponde ceder ante el otro. Y esa cesi�n instaura un tercero que garantiza el v�nculo.

�Por qu�? Porque implica el reconocimiento del punto de vista del otro sobre la realidad, un cierto abandono de s� mismo y una conexi�n con la mente del otro que acepta su conexi�n y su diferencia. La experiencia de sinton�a, de vinculaci�n, de empat�a, se ve continuamente interrumpida y es tarea del analista restaurarla, con la ayuda del paciente. El tercero no es algo garantizado est�tico, por el contrario es din�mico y abierto, no es el Orden Simb�lico que antecede y trasciende al sujeto, es una creaci�n intersubjetiva y, precisamente por ello, ha de restaurarse continuamente. La ruptura de la terceridad lleva al estancamiento, a la repetici�n, al impasse.

Convendr�a tambi�n hablar de la renuncia al narcisismo, de la aceptaci�n temporal de ser objeto para el otro. Sin embargo la precisi�n de J. Benjamin es para nosotros fundamental: ser objeto para poder ser en alg�n momento sujeto, otro sujeto. Para devenir sujeto. All� donde hay objetos, habr� sujetos dice la autora. La subjetividad no es algo dado, se conquista y se mantiene. Pero tener un sentido propio a veces implica oponerse a la opini�n general mayoritaria. Ser un sujeto no es algo garantizado, ni por s� mismo ni para el otro, el otro de la terapia en este caso.


Conclusiones


Nuestra tarea como terapeutas es facilitar la creaci�n o la recreaci�n de ese entonamiento afectivo, de ese ritmo de intercambios que dar� lugar a la aparici�n de un tercero compartido. Ese lugar proteger� el tratamiento frente a la destrucci�n del v�nculo inevitable, a las rupturas, a las desconexiones, a las separaciones: como la madre en Winnicott, ha de sobrevivir al odio infantil para ser real.

Ese tercero compartido se destruye por nuestros lapsus, fallas, disociaciones y vulnerabilidades, tambi�n por las ilusiones inevitables del terapeuta respecto del tratamiento. El terapeuta que sobrevive a su propia desregulaci�n as� como a la de su paciente, que puede sentir la desesperaci�n y demanda sin retaliaci�n y sin colapsarse, aparece ahora como externo e independiente, aunque no tan lejano como para no ofrecer consuelo y empat�a. Esta experiencia del tercero diferenciador� es lo que significa reconocer la subjetividad independiente del terapeuta.

(*) Congreso de FEAP. Madrid, 9 de noviembre de 2017


NOTAS


(1) Lara Lizenberg. Ritmo, el uso l�dico de la estructura




 
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