I. El Papa: palabra de Dios
La muerte del Papa Francisco sume a buena parte de la humanidad en la tristeza, acompañada de sentimiento de desamparo, y con el deseo de que advenga en breve otro Papa a ocupar su lugar. La muerte de un Papa no es algo que pase inadvertido, y la de Francisco en especial no lo es, dadas sus características personales y su visión respecto de la función de la Iglesia, sus críticas respecto de la sociedad capitalista, también del populismo, lo mismo que su acercamiento a la comunidad LGTBI, los migrantes, etc.
También por su descripción de lo que es la vida común en estos días y los riesgos a los cuales la misma está sometida. “Al mismo tiempo que las personas preservan su aislamiento consumista y cómodo, eligen una vinculación constante y febril. Esto favorece la ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones y latigazos verbales hasta destrozar la figura del otro, en un desenfreno que no podría existir en el contacto cuerpo a cuerpo sin que termináramos destruyéndonos entre todos. La agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores un espacio de ampliación sin igual”.
Las sensaciones que genera su pérdida se basan, también, en el Dogma de la Iglesia Católica: cada Papa es un sucesor de Pedro, aquel sobre el cual Cristo dijo que edificaría su Iglesia y que sería asistido por el Espíritu Santo, cuya misión debía ser gobernar a las ovejas – los fieles -. Lo que ubica en un lugar de excepcionalidad a quien ocupe esa función: de hecho, goza de la llamada infalibilidad papal: está exento de toda equivocación cuando promulga sus enseñanzas dogmáticas. Su palabra es la palabra de Dios, ni más ni menos. Pero hay algo más allá de esto, o previo a esto.
II. Habemus Papam
Tenemos Padre.
No hay sociedad sin alguna creencia religiosa, sea monoteísta, politeísta, la figura de un brujo o seres que habitan en la naturaleza, etc. A esta altura podemos preguntarnos si se puede seguir pensando a la religión solamente como a una ilusión (Freud), o como el opio de los pueblos (Marx). Podemos sostener que esos puntos de vista son limitativos, insuficientes. De hecho, la creencia religiosa nunca cedió un ápice en las ateas URSS y Cuba.
Ciertamente, la significación religiosa fue la central en Occidente durante un extenso período de la Historia. Está claro que esta significación ha ido declinando a lo largo del siglo XX. La muerte de Dios (Nietzsche) dejó un lugar vacante, y dejó a los sujetos sin uno de los mitigadores del malestar en la cultura (Freud). La significación religiosa fue – luego de varios siglos – finalmente desalojada por la capitalista. Cuya fase actual muestra el reinado de lo tecnológico y la ciencia, que pareciera cumplir con el deseo freudiano expresado en el oxímoron del Dios Logos.
Humildemente, pretendo cuestionar la mirada freudiana –o, al menos, complejizarla-. Su mirada está centrada en Padre (Padre nuestro). Entonces, voy a sostener que no se trataría del Padre -que en Freud aparece en el Edipo, se desarrolla colectivamente en Tótem y Tabú y, especialmente, en Moisés y la religión monoteísta. En ambos textos, el origen de la religión (un remedo colectivo del superyó como heredero del Edipo), está en el asesinato del Padre y la alianza posterior. Claramente basado en el Antiguo Testamento, hace, así, del asesinato del Padre-Moisés, reprimido y que retorna en padecimientos debido al sentimiento inconsciente de culpabilidad y la necesidad de castigo concomitante, el origen de la religión. Freud plantea, sin desarrollar, que hay dos religiones, una es la del Padre (judaísmo), otra la del Hijo (cristianismo).
Pero, ¿por qué debería ser así? No acuerdo con estas visiones culpógenas, que no hacen más que reforzar la culpa en la cual ambos credos se basan, más allá de la promesa de redención y encuentro con el Padre que propone el cristianismo. No olvidemos que Cristo carga con la cruz de los pecados de la humanidad, y se inmola para liberarla. Cordero de Dios.
Cuestionar esto no está el servicio de desacreditar las creencias de los feligreses. Muy por el contrario, pretendo ampliar la mirada respecto del porqué de la creencia religiosa, qué es lo que esta satisface en el sujeto, se trate de la creencia que se trate. No me ocuparé de las fuentes socioculturales de la misma, y de su función a nivel de los histórico social.
III. El Misterio
Algo que no debemos dejar pasar sin interrogar es el Misterio al que alude el cristianismo. Pero, yendo un poco más lejos, de una u otra manera lo hacen todas las creencias. Es ese punto inexplicable, no interrogable, punto fijo en el que sostiene la creencia. Debe haber algo, al menos, que permanece oculto, sin poder ser puesto en duda, al que se le debe fe y nada más que fe. La fe sostiene toda la arquitectura creyente.
No pretendo explicar a la creencia religiosa reduciéndola a mecanismos psíquicos. Sino de tratar de entender qué satisface en el psiquismo. En sus últimas anotaciones Freud incluye “Soy el pecho”. Indistinción absoluta, algo previo a tener ese pecho. Pero… podemos decir que esto está acompañado y transcurre en tiempos de la presencia de ese “Otro prehistórico e inolvidable, que nunca podrá ser igualado.” (Freud). Es, claramente, una figura imposible. No puede ser inolvidable el que nunca estuvo por ser prehistórico… y, sin embargo, hay una marca, un resto, algo inexplicable, intraducible que habla de los primeros tiempos de la vida del humano, irrecuperables, pero que se traducen-significan como algo enigmático, misterioso.
El desamparo ontológico en el que adviene el humano al mundo, clama por un reencuentro con ese estado de beatitud originaria: que no es ser el pecho (nada sabe la psique del pecho, es algo indiferenciado de sí), sino un estado de mismidad en un océano de indiferenciación. Nada colmará ese sentido perdido –así lo llama Piera Aulagnier.
Pero en la vida del humano, ese que nunca estuvo pero que igual se perdió, habla de una suerte de estado de completud originaria (como una suerte de resto afectivo) que pugna por el reencuentro, desde lo más profundo de la psique humana. Comunión. Esa “oscura autopercepción del reino situado fuera del yo, del ello” (Freud). Ello es el Misterio. Este desamparo ontológico, que remite a un tiempo mítico que es vivido como situado por fuera del sujeto, es una herida que clama por ser suturada en un reencuentro con eso Misterioso.
Toda creencia tendría su psicogénesis en este Misterio, originado en la figura del Otro prehistórico e inolvidable, que, pese a que nunca podrá ser igualado, pretende ser re-encontrado para mitigar ese dolor, producto de ese sentido originario perdido para siempre. De allí el alivio que genera la creencia religiosa –satisface ese deseo- y que tiene mil nombres, y ahora, también, la creencia científica. El Dios Logos.
El Papa Francisco desea ser enterrado en la Basílica de Santa María Maggiore, hasta el momento de su Resurrección. Tal la promesa que Cristo, el Hijo de Dios, hizo a todos sus seguidores. Y allí se reencontrarían con el Padre.
A cambio de esto, podemos pensar que resucitar es la ferviente fe en reencontrar-se con ese sentido perdido, que se produjo originariamente en el “encuentro” con ese Otro Prehistórico e inolvidable, cuyos ecos resuenan en el fundamento de la psique, llegando al Yo como una sensación que lo inunda. Un desamparo ontológico a la búsqueda de ser mitigado.